En la historia literaria de cualquier país, de cuando en cuando sucede que aparecen escritores que desde el primer momento sorprenden, algunos tanto que quedan en la memoria de sucesivas generaciones. En el relato corto peruano, no se puede dudar en que ese fue una característica de Abraham Valdelomar, Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reinoso. Ellos, desde sus primeras publicaciones se hicieron de una lectoría propia, que continúa incrementándose, merced a que son favoritos de los programas escolares y que pueden ser disfrutados por todo tipo de personas. La lectura de Cuentos ordinarios * de Aarón Alva, músico profesional que ama con intensidad a la literatura, pone al lector, sea cual sea su experiencia anterior, ante un autor muy joven que ya luce bondades en su escritura, pues tiene una prosa ágil, manejo sagaz de las técnicas literarias y argumentos que sostienen el interés del lector. Eso no es frecuente, viene ocurriendo en el Perú, con autores como Carlos Yusimito y aquellos que se ven estimulados por premios importantes como el Copé.
Hay una característica de los cuentos clásicos que Aarón Alva conserva y que es guardar algo para el final que, aunque natural, caiga como pequeña o gran sorpresa para el lector. Pero ha pasado mucho tiempo desde que escribieron Maupassant, Poe y Chejov, y podemos adivinar, mientras leemos a este novel autor, que conoce a los maestros norteamericanos del siglo XX, en particular a Heminway y a Carver, pues su prosa da la equívoca sensación de que es espejo fiel de la vida, es nerviosa, y recuerda la rapidez con la que cambia de escenario el cine contemporáneo. La prosa de Alva, cuidadosa, muy expresiva, está hecha con el castellano del Perú. Esta característica que algunos pueden calificar de obvia, no lo es tanto si pensamos que todavía hay escritores entre nosotros, uno de los cuales es Iván Thais, y otro Mario Bellatín, que procuran despojar a su lenguaje de las marcas regionales, tarea casi imposible, desde el punto de vista lingüístico. En el caso de Alva, el uso de palabras del Perú está muy bien dosificado en cada uno de los relatos.
Los relatos de Alva , dieciséis en total, transcurren en su mayor parte en barrios de la ciudad de Lima y apelan en una proporción, a hechos que parecen reales y que ha salido de la propia experiencia del autor; en algunos casos recurren a lo que en cine se llama «plano japonés», la visión de abajo a arriba que tienen los niños que juzgan al mundo desde esa óptica particular. En otros, los personajes son jóvenes que comienzan la adultez. La prosa de Alva nos entrega el caleidoscopio de la vida diaria de los peruanos aglomerados en bares, billares, callejones, el transcurrir de la vida, los sueños de amor, la garra del sufrimiento inesperado. Se trata de un libro que se lee con fruición y al que uno puede volver una y otra vez. Dentro de un tiempo, cuando Aarón Alva tenga una obra sólida, este primer volumen seguramente será buscado como una joya literaria y será reeditado como está ocurriendo con Los inocentes de Oswaldo Reinoso, cincuenta años después de su publicación. (#MarcoMartos.)
Aarón Alva Lima, Grupo editorial Caja Negra. 2017
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