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La importancia del arte por Alexander Forsyth

Por Alexander Forsyth

En mi nota anterior («Lima y su [pequeños] misterios») les contaba que, viviendo rodeado de una fealdad extrema en la década de 1980 –en la que uno se ahogaba cada hora del día, todos los días, entre hiperinflación, apagones diarios y matanzas también diarias–, estuve a punto de perder el alma, tal la depresión en que se puede caer cuando todo se desmorona alrededor de uno. También les conté de cómo, por medio de las pequeñas cosas que la ciudad ofrecía en la forma de «arte encontrado», pude paliar sus efectos. (No fue lo único, claro, pero sí fue gravitante.) Les ofrezco ahora algunos materiales que echan un poco de luz sobre la cuestión del arte.
«Si en cualquier momento entre 1750 y 1930, pedíamos a una persona educada que explicara cuál era la finalidad de la poesía, del arte o de la música, nos habría dicho: “la belleza”. Y si le preguntábamos por qué era eso importante, habría dicho que la belleza es un valor, tan importante como la verdad y la bondad. En su documental «Por qué la belleza importa» (en verdad, un ensayo visual), el agudo filósofo británico Roger Scruton, especialista en Estética, nos dice:
«Si en cualquier momento entre 1750 y 1930, pedíamos a una persona educada que explicara cuál era la finalidad de la poesía, del arte o de la música, nos habría dicho: “la belleza”. Y si le preguntábamos por qué era eso importante, habría dicho que la belleza es un valor, tan importante como la verdad y la bondad.

 

Pero luego, en el siglo XX, la belleza dejó de ser importante. De manera creciente, el arte buscó perturbar [a la sociedad] y destruir tabúes morales. No era ya la belleza, sino la originalidad –alcanzada como fuese y a cualquier precio moral– la que ganaba los premios.
»No es solo el arte lo que ha hecho de la fealdad un culto, también la arquitectura ha perdido el alma y se ha vuelto estéril. Pero no solo nuestro entorno físico se ha vuelto feo, sino que también lo han hecho nuestro lenguaje, nuestra música y nuestras maneras, que son crecientemente vulgares, egocéntricas y ofensivas, como si la belleza y el buen gusto no tuvieran un lugar en nuestras vidas.
»Una palabra, escrita en grandes letras, se encuentra en estas cosas feas, y esa palabra es “YO”. Así, se trata entonces de MIS ganancias, MIS deseos, MIS placeres, y frente a esto el arte tiene NADA que decir, salvo: “¡Por supuesto, hazlo así!”. Pienso que estamos perdiendo lo bello, y que corremos el peligro de que, con eso, perdamos el significado de la vida.»
Pese a ser un conservador (uno MUY interesante, por cierto), Scruton no está lejos de Hegel, quien pensaba que el arte era un intento por capturar algo trascendente en una forma física.
Veamos ahora el significado de dos interesantes expresiones: «Found Art» y «Art Brut»; «arte encontrado» y «arte bruto (o marginal)», respectivamente. Del primero nos dice la Tate Gallery en su sitio web:
«Son objetos encontrados (en ocasiones llamados con la expresión francesa ‘objet trouvé’) que pueden estar en una repisa por ser considerados obras de arte en sí mismos, capaces, incluso, de inspirar al artista. El escultor Henry Moore, por ejemplo, coleccionaba huesos y piedras de sílex, a los que consideraba como esculturas naturales que le servían de fuente de inspiración de su propio trabajo. Los objetos encontrados también pueden ser modificados por el artista y presentados como arte, a veces más o menos intactos, como en el caso de las obras prefabricadas del artista surrealista y dada Marcel Duchamp [su obra «La Fuente», de 1917, un urinario de porcelana apenas intervenido por el artista, es considerada por muchos como la obra de arte más influyente del siglo XX], o como parte de un ensamblaje. Como en tantas otras cosas, Picasso fue quien originó esta forma de expresión plástica, pues desde 1912 empezó a incorporar recortes de periódicos y cosas como cajas de cerillas en sus collages cubistas, y a fabricar sus obras de dicho período con materiales reciclados.»
Del segundo nos dice Wikipedia lo siguiente:
«El Art Brut es un término acuñado en 1945 por Jean Dubuffet para referirse al arte creado por personas ajenas al mundo artístico, sin una formación académica [como sucede con los pacientes psiquiátricos, por ejemplo]. Dubuffet comenzó a reunir una colección de esta clase de obras y a divulgarlas por medio de exposiciones y de publicaciones después de la segunda guerra mundial, para quitarles el rótulo de «arte de enfermos mentales».
Ahora bien, de una forma u otra, en ambos casos se trata de expresiones artísticas que han sido asimiladas por el sistema, lo que les confiere legitimidad (es decir, dignidad) o «aura», en términos de Walter Benjamin; en otras palabras, poseen dos cualidades valiosas: ser originales, y poseer una narrativa que encaja en los discursos del arte y de la filosofía. Y, sin embargo, tanto la filosofía como el arte han perdido el rumbo desde que alcanzaron la posmodernidad, volviéndose sobre sí mismas en actitud autista y narcisista, aceptando como interlocutores, inevitablemente, a sus propios practicantes tras alienarse del hombre común.
A tono con la Posmodernidad, que consagra la muerte de la Razón y da la bienvenida a la Contradicción como forma de entender el mundo, Andy Warhol nos ofreció en 1964 la famosa exposición de unas cajas de detergente Brillo apiladas, apenas diferentes de las que se vendían en cualquier supermercado. Ya antes lo había hecho con las latas de sopas Campbell. Años después, el filósofo y crítico de arte Arthur Danto publica su célebre obra «Después del fin del arte» (uno de diversos «fines de algo» que por aquel entonces proliferaron hasta desembocar en «El fin de la historia y el hombre nuevo», de Francis Fukuyama, en 1989), en donde, tratando de explicar por qué era importante la exposición de Warhol, se pregunta por el sentido del arte. Su respuesta: arte es todo aquello que nos mueva a reflexionar sobre lo que vemos. El arte se ha liberado de imposiciones externas, se basta a sí mismo.
¿Qué podemos pensar de las imágenes que aquí nos acompañan, donde un homeless revisa lo que parece ser su colección de arte, quizás su propio portafolio? Abundemos: ¿Puede una ESCENA, es decir, «algo que sucede», ser arte? Obviamente sí, pues ese es el sustento del arte performativo; la escena que vemos, entonces, es «art-in-the-making»: meta arte, arte sobre arte. Aún más: si en literatura se dice que el lector viene a ser coautor de una obra escrita, ¿cabe decir lo mismo de las obras visuales? Por supuesto. ¿Cuál es el papel del coleccionista, entonces, y cuál es la definición mínima para ser uno?
En estas imágenes, que tomé en el 2010 (no tengo idea de la localidad, aunque es en Lima), nos topamos con una hermosa escena que es al mismo tiempo «arte encontrado» y «arte marginal», que involucra además objetos artísticos. ¿Es el hombre de la foto un coleccionista, quizás el artista que las produjo? No hay cómo saberlo. Lo único cierto, para mí, es que ni las más difíciles circunstancias impiden que tenga lugar la epifanía estética –para él, y para mí, al observarlo–, lo que me conmueve profundamente.
La importancia del arte por Alexander Forsyth
Foto: Alexander Forsyth
Scruton, pues, tiene razón al elevar la belleza a la condición de valor supremo, y es la clara demostración de que el Símbolo y su misterio están presentes en todas partes, que es cosa de mirar con interés alrededor nuestro para descubrirlo, pues hasta las sombras de los árboles pueden ofrecer valores estéticos. Quién sabe, acaso el Símbolo se muestre con mayor facilidad y frecuencia en las márgenes del mundo, cerca del abismo o dentro de él, pero podemos decir con seguridad que es ahí donde adquiere su mayor potencia y su más profundo sentido.
PD Quiero expresarles a todos mis mejores deseos para este año que recién empieza. En lo que a mí respecta, sé que será muy bueno. Perdonen la inmodestia. ¡Un fuerte abrazo!

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