Por: Aarón Alva
La última semana leí “Vida animal”, novela de María José Caro (Alfaguara, 2024). El texto, compuesto por 14 capítulos que abordan la adolescencia y adultez de cuatro amigas de clase media alta limeña, narra una historia en apariencia simple, cuyo trasfondo explora un modo de vida desventurado y animal, en el sentido de sobrevivir casi en automático, con un instinto de supervivencia mecánico, prácticamente vacío de felicidad.
La protagonista, una mujer de treinta y tres años y de quién no conocemos su nombre, se reúne con María Luisa, Paloma y Daniela, sus amigas del colegio, para celebrar la despedida de soltera de una de ellas en Chosica. Todo va bien hasta que recuerdan a Giuliana, personaje bisagra y ex compañera, actualmente venida a menos por dilemas familiares y económicos. El reencuentro adquiere matices opuestos a lo esperado cuando cada una expone su reciente condición, la cual puede entenderse como un rezago irritante del pasado; pues, aunque el presente exhiba una evidente estabilidad, la amistad se revela antes ellas de un modo protocolar y normativo, donde la sensación de culpas y rencores ocultos emanan como lo único admisible y verdadero.
“La verdad, me cuesta mucho enganchar con lo que dejé aquí. Aunque allá no encajo del todo, acá encajo menos. Yo las quiero muchísimo, las echo de menos, pero las veo y me hacen recordar que estamos en lugares muy distintos. Si me hubiera quedado en Lima, ¿quién sería yo? ¿Hubiera estudiado Medicina? ¿Sería como ustedes? Entre ustedes ya ni se parecen. ¿Alguna vez nos parecimos? Me recuerdan lo bueno y lo malo que tengo.”
Por otro lado, durante su adolescencia, la narradora percibe su círculo íntimo plagado de convivencias rotas y vulnerables. Cada persona, familiar, amigo o pareja, trasunta por relaciones formularias, desplazando hacia la incertidumbre cualquier lazo emocional seguro. Aunque los años jóvenes se muestran cargados de acción, alcohol, descubrimiento sexual y cierta dosis de violencia, representan elementos inermes frente a una rutina de vida establecida y estática, difícil de evadir, sobre todo para las mujeres.
“Quizá para nosotros, la verdadera casa de mi padre era su auto o los restaurantes a los que nos llevaba cada vez que salíamos. Nuestro hogar era la rutina que habíamos construido los tres, el cine de mediodía, las conversaciones que mi padre monopolizaba hablando de su trabajo.”
A su vez, alternar los tiempos no resulta práctico o efectista, sino que refuerza la propuesta moral de Caro. Los episodios de adolescencia son citados por la protagonista con el fin de contraponer etapas que deberían estar superadas en el plano afectivo y psicológico. Nada de eso ocurrió; por el contrario, cambia la forma de vida, más no las capas espirituales, atrapadas en un mecanismo instintivo y animal como planteamos líneas atrás.
“(…) para mí el momento más feliz se encuentra en el futuro, es una promesa que a mis treinta y tres años no se concreta.”
El lenguaje es correcto y limpio, destacan las metáforas e imágenes acordes al tono y propuesta estética. Sin embargo, algunos diálogos resultan un tanto forzados debido al uso literal de la oralidad, y la excesiva repetición de la palabra “suelta” como reemplazo de dice o dijo. Aun así, estos aspectos no afectan el global de la obra. En resumen, un libro correcto que problematiza y cuestiona los compromisos afectivos de una sociedad aparentemente diestra en controlarlo todo.
Ficha técnica:
Vida animal, de María José Caro
Editorial: Alfaguara
149 páginas
Tapa rústica
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