gianni biffi
Cuentos

Cuento «Reconciliación nacional» de Gianni Biffi

Humberto

Fui un matón en la escuela. No hay palabras para describir lo monstruoso que era. Hubo alguien en particular a quien acosé sin piedad. Un compañero de clase de origen campesino, el hijo de una de las cocineras de mi casa. Nuestra dinámica fue una caricatura del niño rico abusando del niño pobre. Tengo una especie de «trastorno de estrés postraumático inverso», en donde repaso las cosas horribles que le hice. Varias veces me pregunté si debería ofrecerle una disculpa o una explicación. Han pasado treinta años desde la última vez que nos vimos.  Él ha seguido adelante con su vida. Francisco siempre fue extremadamente inteligente, un niño genio. Ganó concursos y becas de estudio en universidades extranjeras, y hoy en día es un reconocido bioquímico y dueño del laboratorio farmacéutico más moderno del país. Hace unos días recibí por Facebook una solicitud suya de amistad y empezamos a intercambiar mensajes. Su último correo fue una invitación para reunirnos en su casa, una noche de vino y charcutería. Acepté, entusiasmado por la oportunidad que se me estaba dando de poder disculparme personalmente por todo el dolor al que lo sometí.

Francisco

Hace doce años, en Tel Aviv, formé parte de un equipo multidisciplinario que estudió los cambios químicos en los cerebros de adolescentes víctimas de acoso. El principal logro de nuestra investigación fue descubrir que las personas que habían sufrido de abuso en su periodo formativo experimentan niveles bajos de un neurotransmisor clave en la regulación de las emociones y, por ese motivo, pueden llegar a experimentar episodios psicóticos.

Aquello solo confirmó lo que yo había sufrido en carne propia. De niño tuve momentos en los cuales rompía con la realidad de forma temporal, alucinaciones en las que, al llegar a clase, el profesor nos contaba que Humberto Grieve había sufrido un macabro accidente y, como consecuencia, una muerte dolorosa y miserable:

«Niños, les pido que guarden silencio por un momento. Tengo una terrible noticia que darles. Ayer por la tarde, después de clases, Humbertito cayó dentro de una mezcladora de cemento. La autopsia reveló que su compañero murió de asfixia, heridas múltiples y hemorragia interna».

«Niños, les pido que guarden silencio por un momento. Tengo una terrible noticia que darles. Ayer por la tarde Humbertito fue bombardeado con una enorme cantidad de radiación ionizante. Al parecer, cayó dentro de una piscina de polvo de uranio enriquecido. La radiación acabó con todos sus glóbulos blancos y su estructura cromosómica se alteró, causándole una terrible agonía. Su cuerpo quedó completamente deshecho, los músculos se despegaron de sus huesos y llegó a sangrar por los ojos».

«Niños, les pido que guarden silencio por un momento. Tengo una terrible noticia que darles. Ayer por la tarde Humbertito fue raptado por un asesino en serie y maniático sexual. Su compañerito fue asesinado y martirizado. La terrible experiencia es demasiado tétrica para contárselas, pero quiero que sepan que el homicida utilizó como herramientas de tortura un cepo chino, un cinturón de San Erasmo, carbón ardiente, clavos afilados, gasolina, pinzas para los pezones, una batería de auto, un disco de Yoko Ono y un aparejo llamado rueda de Wartenberg».

Mis días estaban llenos de pensamientos intrusivos, fantasías de venganza cargadas de detalles que se desarrollaban dentro mi mente. Soñaba despierto con entrar al laboratorio de química y robar ácido pírico, bromo, cloro y éter etílico para crear un explosivo que estallara dentro de su lonchera. ¡Lo que hubiera dado por escucharlo gritar y llorar pidiendo misericordia!

Regla general: si decides ser un matón y torturar a alguien, tienes que estar preparado para todo lo que viene después.

 

Humberto

No voy a entrar en detalles de mal gusto y ponerme a hablar de las finanzas de Francisco, no les contaré del tamaño de su piscina temperada, ni de cuántos metros cuadrados tenía su mansión. Solo diré que, durante el tour de rigor, me mostró su cava subterránea climatizada donde guardaba aproximadamente 1500 botellas de vino. Descorchó un Valduero Lantigua que andaba por los 2700 euros y lo colocó en la mesa, junto a la tabla de carnes frías, quesos, frutas y nueces. Tampoco los voy a aburrir con toda una conversación llena de lugares comunes y frases hechas. Voy a adelantar la cinta hasta la parte importante.

—Mira, Francisco, hay una razón en particular por la cual acepté reunirme contigo —dije, sacando del bolsillo de mi saco la carta de disculpas que había escrito. Y empecé a leérsela—: Querido Francisco, tengo algo guardado hace mucho tiempo que quiero decirte y…

—¡Para un momento! —me interrumpió—. Escucha, no voy a negar que, de niños, me hiciste pasar por momentos difíciles. Pero soy un hombre de ciencia, una persona práctica. Cuando le guardas un rencor crónico a alguien, liberas en tu cuerpo sustancias químicas como la adrenalina, el cortisol y la norepinefrina. Hormonas y neurotransmisores que hacen que el cerebro entre en lo que los bioquímicos llamamos «la zona de no pensar». Tu creatividad, tu capacidad para resolver problemas, tu potencial para disfrutar de la vida, todo queda limitado. Y con el tiempo tu cerebro se reconfigura al de una víctima. Al perdonar, limpias tu organismo de todas esas sustancias tóxicas. Yo te he perdonado, Humberto, y al hacerlo me he liberado a mí mismo.

Al momento de recibir la absolución de Francisco (una compasión que tantas veces se la había negado) sentí paz, como si mi alma hubiera recibido el pinchazo de una celestial aguja hipodérmica que me inyectó una fuerte dosis de gracia divina. Me puse de pie para darle un abrazo y, en ese instante, sentí un fuerte mareo. El piso se movió como si fuese la cubierta de un barco. Volví a tomar asiento en la silla. Aquello fue lo último que recuerdo.

Francisco Yunque

Las cinco tabletas de flunitrazepam lo dejaron inconsciente. Y, antes de que me juzguen por mis acciones, les pido que me escuchen por un momento.

Mi historia y la de Humberto Grieve es la alegoría del abuso de poder de los ricos hacia los pobres. Los dos representamos el drama de la desigualdad social en este país. En esa puesta en escena, a mí me tocó interpretar el papel del débil, el que tenía que agachar la cabeza, el que debía de guardar un silencio impotente, una rabia silenciosa y resignada ante las injusticias.

Cada vez que miraba uno de esos videos que la gente sube a las redes sociales, denunciando la discriminación y la desigualdad, yo veía a un Humberto Grieve y a un Francisco Yunque. ¡Cómo las ocasiones hablan todas en contra mía y son un acicate a la morosidad de mi venganza! Dejé que los algoritmos siguieran alimentando mi deseo de exigir una retribución, hasta que sufrí un nuevo episodio de psicosis, una nueva ruptura con la realidad. Empecé a creer que todo el país conocía mi historia y la de Humberto. Sé que suena tonto, pero en mi delirio imaginé que mi nombre se había convertido en el arquetipo del hombre pobre y andino que tiene que soportar los atropellos de los hombres ricos y blancos. Incluso pensé que los niños en los colegios leían mi historia. Poco ayudó a mi cuadro paranoico que una de las acepciones de mi apellido en el diccionario fuera: «persona paciente en las adversidades».

Humberto fue un monstruo que nunca dejó de asechar dentro de mi cabeza, sin importar todos mis éxitos académicos y financieros. Las fracturas emocionales fueron demasiado profundas. Por el resto de mi vida he sufrido de arrebatos coléricos y depresión. Lo que terminó ocasionando que me divorciara de mi esposa y me distanciara de mi hija Yesenia, lo que más quiero en este mundo. No voy a dejar que el monstruo de Humberto pase un día más sin pagar su delito. Voy a reescribir mi historia. Francisco Yunque no representará al pueblo desvalido y humillado. Encarnará, en cambio, la justicia y la venganza.

Pueden quedarse tranquilos. No lo hice sufrir. No busqué torturarlo ni me convertí en un Norman Bates. Solo exigí una retribución justa. Utilicé una combinación de tres medicamentos para terminar con su vida de forma compasiva: un anestésico, un agente paralizante y, finalmente, una inyección de cloruro de potasio para detener su corazón. Luego, con una sierra de corte vertical, seccioné el cadáver e introduje los despojos en un barril de plástico para que se disuelva en ácido fluorhídrico.

Sentí haber cambiado el arco narrativo de mi historia y, al mismo tiempo, de la historia del país. Escribí un nuevo cuento, una alegoría en la que el cadáver de Humberto Grieve representa el clasismo, las injusticias y la estructura colonialista siendo diluidas por una solución de fluoruro de hidrógeno que, metafóricamente, simboliza la rabia contenida por generaciones de gente pobre, la justa ira de un nuevo peruano que ha dejado de agachar la cabeza.

Humberto Grieve

Después de que Paco me diera el último pinchazo de jeringa, y mi corazón dejara de latir, toda la energía negativa de mi alma fue lanzada a la atmósfera, convirtiéndome en lo que los investigadores paranormales llaman «una entidad residual». Una especie de idea que persiste después de la destrucción del cuerpo. Un espíritu vengativo compuesto exclusivamente de odio y resentimiento. Solo dos cosas quedaban de la estructura psíquica y somática que componía mi antiguo yo: rencor y malevolencia.

Mi nueva vida como poltergeist empezó con actividades básicas: atravesar paredes, mover muebles, crear fluctuaciones eléctricas en el televisor, tontear con los focos de luz. Pronto me di cuenta de que Paco empezaba a tener escalofríos y sentirse incómodo cuando yo estaba cerca. Sospechaba que no se encontraba solo. Luego, gracias a horas de práctica, aprendí a manifestarme sonoramente y comencé a torturarlo burlándome de la obesidad de su madre.

—¡Paaaacooooo Yunqueeee! —dije.

—¿Quién está ahí? —respondió pegando un salto.

—Soy el alma de Humberto Grieve. Y he venido del más allá para decirte que tu mamá es tan gorda que ni siquiera la dictadura de Fujimori la pudo desaparecer.

—¡No puede ser! ¡Estás muerto! ¡La actividad mental no trasciende el sistema de vida que lo sustenta! ¡No es posible que la conciencia siga existiendo fuera del sustrato químico de la activación neuronal!

—Bla, bla, bla… Resulta que hay muchas cosas que desconoces, nerd.

—¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me atormentas?

—¿Cómo que por qué te atormento? ¿Enserio? Tú me mataste, profesor Cerebrón, y ahora vas a pagar por tu crimen.

Un par de semanas después, aprendí a dominar la técnica de las apariciones corporales y me materialicé para seguir torturándolo. Todas las noches, mi figura granulada, formada a partir de una sustancia llamada ectoplasma, aparecía en el borde su cama para atormentarlo con bromas de mal gusto.

—¿Sabes, Paco? Los espíritus somos como los seres humanos y también tenemos necesidades. Estaba pensando que quizá deba de buscar a tu madre y darle un buen polvo astral. El sexo después de muertos es energía pura. Imagínate a la buena Casilda Yunque y a tu fiel servidor, fundiéndose en un halo de luz.

Paco fingió no prestarme atención y, recostado en la cama, se colocó sus audífonos en los oídos. Es durante ese momento, cuando nuestra víctima logra ignorarnos, en el que todo matón que se respete a sí mismo tiene que improvisar como un músico de jazz. Floté hasta la cómoda de su habitación, donde estaban colocadas unas cuantas fotografías enmarcadas. Me detuve delante de una foto de su hija en la que llevaba puesta una tiara y un vestido rosado de graduación con corte de sirena. Desabroché mi pantalón, me bajé la cremallera, sujeté mi nebuloso paquete con la mano y empecé a bombearlo, vigorosamente, mirando la fotografía de Yesenia Yunque.

—¿Has escuchado algo sobre la espectrofilia, Paquín? —dije sin estar seguro si me estaba oyendo—. Es cuando los espíritus y los mortales tienen sexo. El espectro se materializa y toma a la mujer mientras esta duerme en su cama… Oh-uh… Yo y Yesenia podemos tener una relación como en esa película de Rex Harrison y Gene Tierney… Ah-ah-uh… Porque, Paquirri, déjame decirte que tienes un pedazo de hija… Veintidós años, ¿eh?… ¡Qué ganas de adornar esa carita con un glaseado de mi manga repostera!… Ah-ah-uh-uh-uh… Ese cuerpo es una invitación para hacer manualidades… No te enfades…Oh-uh-uh… No creo estar haciendo algo distinto a lo que hacen sus seguidores en TikTok… Ah-ah-Ah… Y ahora, con tu permiso, voy a coronar a la reina de la promoción.

No sé muy bien qué pasó después. Quizá fue porque los espíritus vengativos somos los más poderosos entre los distintos tipos de espectros y tenemos una fuerza formidable, o quizá fue porque no sabía cómo funciona la hidráulica de fluidos en las herramientas de los fantasmas, o quizá, simplemente, porque la hija de Paco de verdad estaba muy buena y me la machaqué con demasiada ferocidad. El asunto es que, cuando se «encendió el aspersor», aproximadamente dos galones de ectoplasma salieron disparados de mi pene en múltiples chorros, como si fuera una ametralladora en modo automático. Y, al igual que un bombero de dibujos animados que no puede controlar una manguera, o un globo perdiendo aire, comencé a volar en todas direcciones, rebotando contra las paredes y el techo de la habitación. Violentas ráfagas de fluido pringoso tumbaron al piso de parqué cada fotografía que descansaba sobre la cómoda.

Me quedé avergonzado, sin poder articular una palabra. Luego de aproximadamente un incómodo minuto en silencio levanté la cabeza y vi a Paco bañado del líquido pegajoso y oscuro. Parecía una gaviota cubierta de marea negra luego de un derrame de petróleo.

Y supongo que fue la sumatoria de todas las bromas pesadas a las que lo había estado sometiendo durante los últimos días, y el hecho de ver a un fantasma masturbarse con la foto de su hija, y el estar cubierto con una sustancia salida de mis espectrales cojones, lo que hizo que el cerebro de Francisco se rompiera. Se puso de pie y se metió a la ducha. Al terminar de bañarse se colocó una bata y se dirigió a su estudio. De uno de los cajones de su escritorio sacó un frasco que decía pentobarbital. Mezcló el polvo del frasco en una copa de vino y lo bebió.

Créanme que hice todo lo posible para detenerlo. Le pedí perdón mil veces. Le dije que había ido demasiado lejos, que prometía dejarlo en paz y desaparecer de su vida para siempre, incluso intenté quitarle el frasco. Pero mis manos traspasaban la materia sólida, desplazando los átomos del pomo a través de los átomos de mi cuerpo. Francisco me miraba y sonreía, burlándose de mi esfuerzo.

Nunca quise que las cosas llegaran a ese punto. Es difícil saber cuándo una persona ha recibido una justa pena por sus crímenes. No existe una tasa de cambio kármica donde tabular la dosis exacta de castigo. Supongo que todos preferimos quedar como deudores que acreedores al momento de la venganza.

Lo acepto. Fui yo quien empezó el ciclo de violencia. Debí haber aceptado lo que mi comportamiento había producido. Tuve que haber sido más empático, pero la empatía nunca fue mi fuerte. Y tomen en cuenta la muerte indigna que tuve. Mis restos debieron descansar en el mausoleo familiar de los Grieve, arropado por mármol de Carrara. Por lo menos Francisco tuvo una muerte digna. Envuelto en su bata de cashmere, sentado en su escritorio en pose aristócrata como un senador romano. Él tuvo una bonita misa de réquiem en la iglesia, con coro incluido. Muchos políticos y celebridades y gente importante fueron a su entierro. Su exesposa y su hija lo lloraron. Los periódicos escribieron extensos obituarios alabando su trabajo científico y su impulso empresarial. ¿Y yo? Yo aparecí por un tiempo en la sección policiales como persona desaparecida y luego fui olvidado. Ninguna de mis dos exesposas ni mis hijos me lloró. Mi cuerpo acabó disuelto en ácido dentro de un barril de plástico, me transformé en una malteada hecha de esófago, páncreas, cartílagos y sangre. ¡Tanto dinero que invertí en mis implantes capilares y en el lifting facial para terminar convertido en una sopa de gazpacho! Todos los días, para no dejar rastro de su crimen, Francisco tomaba un vaso de plástico y tiraba un chupito de mis restos en el inodoro. Cada vez que jalaba la cadena, los sonidos de gorgoteo que hace el váter se escuchaba en mis oídos como el más indigno saludo de salvas.

Sin Francisco en casa, mi resentimiento —el alimento que me mantenía en la tierra— empezó a menguar y mi espíritu empezó a disolverse y a trasladarse a otro plano astral. Y mientras mis átomos se desintegran comienzo a recordar la sonrisa de Paco. Sé que me está esperando en el otro lugar. Sé que ya habrá preparado algo para mí. Sé que es más inteligente que yo. Sé que ha dibujado una diana en mi espalda. Lastimosamente, sé que esto no ha terminado.

 


 

Ver la versión PDF del Número 13 de la revista de arte y literatura Cuenta Artes

https://cuentaartes.org/edicion-13-vestigios/

 

 

Sobre el autor

Gianni Biffi, Callao 1977. Estudió Ciencias Políticas. Publicó «Su póliza de seguro no cubre esta eventualidad, sr. Samsa» 2018, y «Viendo tu vida derrumbarse desde una distancia segura» 2025.

 

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