Paul McCartney siempre ha sido muy querido por los peruanos, debido a la admiración por los Beatles y sus temas sentimentales. Pero el vínculo se fortaleció con sus conciertos en Lima y el de este domingo 27 no fue la excepción.
Por: Sergio Herrera Deza
Esta historia arranca hace seis décadas. Cuando en 1964, el extinto diario La Prensa, anuncia que “los famosos Beatles” vendrán a Lima para presentarse en una decena de recitales. La fuente no es cualquiera: un alto ejecutivo de América Televisión asegura que la contratación de los “fabulosos cuatro” está “casi cerrada”. Incluso, hay una fecha para los conciertos: mayo de 1965, cuando la banda termine de rodar Help!, su segunda película.
Y allí terminó la historia; o al menos este capítulo. Pues los Beatles nunca aterrizaron en el viejo aeropuerto de Limatambo, ni fueron condecorados por Fernando Belaúnde; ni presentados por Pablo de Madalengoitia y por ende, los adolescentes peruanos no disfrutaron de A Hard Day’s Night ni Twist and Shout en vivo y directo. Quizás esta fue la primera vez que un fanático de la banda se sintió apenado, porque sus ídolos se alejaban de este rincón de Sudamérica.
Con el paso de los años, la leyenda de los Beatles se acrecentó y su influencia en el rock peruano no se hizo esperar. Los Doltons, Los Shains, Los York’s y Los Belking’s tomaron inspiración de su primera etapa (1962-1966), marcada por los trajes de diseñador, las melenas en forma de casco, así como el rock and roll simple y directo. Posteriormente, bandas como Traffic Sound y We All Together harían lo propio con la segunda etapa (1967-1970), donde primó la psicodelia y luego, el hard rock, aunque con diversos matices.
Para entonces, la banda ya no organizaba giras y su separación en 1970 desvaneció aún más las posibilidades que pusieran un pie en el Perú. Sin embargo, los chicos de Liverpool sobrevivieron en nuestro ideario popular, sobre todo, a través de un integrante clave: Paul McCartney.
Hablamos del miembro que tocaba el bajo, un instrumento rítmico y hasta tosco, pero al mismo tiempo, era el autor de muchas de las canciones más melódicas y emotivas de la banda: Penny Lane, Yesterday, And I Love Her, For No One, Hello Goodbye, Let It Be, The Long and Winding Road, por mencionar algunas. En la década de 1970, Wings, su banda de apoyo, tampoco dejó de lanzar éxitos que calaron en los rankings musicales de ambos extremos del Atlántico y por ende, no tardaron en llegar al lejano Perú.
Ya desde la primera edición de “La Más Más” de Radio Panamericana en 1976, el futuro Sir británico se manifestaba: aquel año, ganó el segundo lugar del ranking con Silly Love Songs, de Wings. Un hito de la música disco, que había sido número uno en Estados Unidos y servía de respuesta para todo aquel que cuestionaba a McCartney por escribir “tontas canciones de amor”. “¿Qué hay de malo en ello? Me gustaría saber”, cantaba antes del coro.
Volvería a aparecer en las ediciones de 1980, con Coming Up (puesto 14) y finalmente, en 1982, Ebony and Ivory, el mítico dueto con Stevie Wonder se coronó como la Más Más de aquel año. Así, a inicios de esa década, McCartney ya era el nombre más reconocible de los ex Beatles vivos en Perú: John Lennon acababa de ser asesinado y convertido en mito; George Harrison estaba semi retirado de la música y Ringo Starr mantenía una carrera discreta. Vale la pena añadir otros aspectos como el carisma y cuidado de imagen que Macca siempre hizo gala.
MEMORIAS CON LOS BEATLES
Por ello, cuando en 2011, Sir Paul McCartney confirmó su llegada a Lima para presentarse en el Estadio Monumental, la algarabía no se hizo esperar. Yo tenía nueve años y mi afición por los Beatles había comenzado desde los cinco con un CD de grandes éxitos que mis padres tenían en casa. No recuerdo cuál fue la primera canción que escuché, pero por mi mente circulan cómo cintas fílmicas, momentos bailando Can’t Buy Me Love o tratando de desentrañar la letra de Help!
Aún no entendía lo que decían esos ingleses de raros peinados, pero me atraía la energía que transmitían en cada canción y la forma cómo armonizaban sus voces. En fin, pertenecían a una dimensión opuesta a la música urbana que aparecía en la televisión o las canciones infantiles que escuchaba en las fiestas de cumpleaños.
Para cuando Paul anunció su primer concierto en el Perú, ya creaba playlists en el viejo YouTube con mis discos favoritos de los Beatles y hasta monté brevemente un pequeño canal, donde trataba de mezclar sus canciones en el Movie Maker para crear popurríes. Resulta que andaba fascinado con el álbum Love, la banda sonora del show del Cirque du Soleil inspirado en la música de la banda, e inocentemente, quería hacer algo similar.
También me inquietaba la leyenda urbana de Paul is Dead y creía que algún doble experimentado había desafiado toda lógica y asumió la identidad de aquel genio. Buscaba hasta el último video o artículo que abordase el tema y sus innumerables “pistas”. Al poco tiempo, cuando ya se avecinaba el concierto, El Comercio regaló un póster con un retrato de Paul en 1964 y durante las noches, lo observaba, entre confundido y asustado, pensando que él no era el mismo que vendría a mi país. Ahora es una simple anécdota más que atesorar.
Finalmente, no pude asistir ni al primer concierto ni al segundo del 2014. Y diez años después, cuando parecía que las noticias de los Beatles ya sólo consistirían en ediciones de aniversario de sus discos o en curiosidades como el lanzamiento de Now and Then en 2023, Paul McCartney nos sorprendió en junio, al anunciar su retorno al Perú. Y esta vez, tras algunos problemas con la plataforma de venta, logré conseguir las ansiadas entradas.
LA MAGIA DEL CONCIERTO DE PAUL
Cuatro meses después, puedo decir que la espera valió la pena. Que a sus 82 años, Paul desborda energía y pasión por el arte que lo ha inmortalizado. Para él, las giras mundiales no son una mera obligación contractual: disfruta viajar, mantenerse en forma, conectar con la audiencia y recordarle al mundo que sigue vigente. Tanto en las tribunas como en los campos del Estadio Nacional, se veían abuelos, padres y nietos compartiendo el amor por el legado de los Beatles, Wings y más allá.
A las ocho de la noche, cuando los campos A y B del Nacional ya rebosaban de gente, el ánimo iba en aumento. Un DJ irrumpió en escena para amenizar la espera con remixes de canciones de los Beatles. Abrió con Magical Mystery Tour y siguió con elecciones peculiares como I’m Down o el cover de We Can Work It Out de Stevie Wonder. Había momentos que la consola de sonido volvía irreconocibles algunas canciones, pero en general, no desentonó.
Eso sí, poco a poco, el fondo musical fue pasando a segundo plano, a medida que las tribunas Norte, Occidente y Oriente se llenaban de asistentes y cientos de ellos formaron la bandera peruana con las luces de sus celulares. Mientras tanto, en las pantallas del escenario, se apreciaba un collage de imágenes de la trayectoria de McCartney y los Beatles, representado en una torre que iba subiendo. Para elevar aún más la expectativa, la gente en las tribunas comenzó a realizar “olas”, levantando los brazos y gritando a la expectativa del ídolo, que volvía triunfante tras diez años de espera.
Y así, a las 9:10, se apagaron las luces y la proyección de la torre dio paso a una imagen del bajo Hofner de Paul, aquel icónico instrumento con forma de violín: una marca registrada de los conciertos de los Beatles y numerosas grabaciones de estudio. Sería este bajo que acompañaría una vez más a Macca en su épica aparición con el primer acorde de A Hard Day’s Night. Célebre por ambientar la secuencia inicial de la película homónima donde los Beatles escapan de un grupo de fanáticas histéricas, el tema de 1964 no ha perdido brillo. Para ser justos, también es cortesía de los aguerridos riffs de Rusty Anderson y Brian Ray, guitarristas del ex Beatle.
Con tal de mantener las revoluciones altas, siguieron Junior’s Farm y Letting Go, canciones de la época del disco Venus and Mars de Wings (1974). Por aquel entonces, Paul incursionó en el arena rock con temas guitarreros y con coros potentes que pudieran ser seguidos por todo el público. Entre canciones, el músico saludó a los peruanos y prometió en un correcto español, invitarnos a una “fiesta”.
Luego, llegó más espacio para la nostalgia Beatle en Drive My Car y Got to Get You Into My Life. En esta última, se lucieron los Hot City Horns, músicos de sesión que irrumpieron de pronto en la tribuna Occidente tocando los instrumentos de viento de esta canción, basada en la música de Motown. Este bloque cerró con Come On To Me, tema de Egypt Station (2018), uno de los más recientes que encontraremos y que me deja la tarea pendiente de repasar mejor la trayectoria de Macca en el siglo XXI.
Acto seguido, Paul cambió el bajo Hofner por una guitarra eléctrica de colores y enseguida, aporreó los acordes de Let Me Roll It, otro clásico de los Wings, que el público correspondió con coros multitudinarios y Paul cerró con un potente solo en homenaje al legendario Jimi Hendrix.
Siguió Getting Better, tema del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), donde Paul volvió a defenderse como guitarrista y a sorprender por una simple razón: ¿Quién podría imaginarse que en vez de apostar por Yesterday o She Loves You elija una canción poco conocida de la etapa psicodélica de los Beatles? Esto engrandece a McCartney como artista: interpreta temas para el oyente casual y el fanático de huesos viejos. Así, los dos quedan más que satisfechos.
Y podemos encontrar más de estos ejemplos: cito la hermosa balada folk I’ve Just Seen a Face (1965), la circense Being for The Benefit of Mr. Kite! (1967), originalmente cantada por Lennon; y la sorpresa más llamativa: In Spite of All The Danger.
Aquí si hablamos de prehistoria Beatle, porque es un tema que Paul McCartney escribió con 16 años y tiene el mérito de ser la primera canción original que los Beatles grabaron en un estudio, allá por 1958, cuando aún se hacían llamar The Quarrymen. Sin ser la octava maravilla, es simpática, muy influenciada por la música folclórica de Liverpool, y le debe traer miles de recuerdos a Paul, sobre todo cuando escribía canciones en la casa de John y ambos soñaban con ser tan grandes como Elvis Presley. Sin saber que lo terminarían superando con creces.
Esta añoranza por los seres queridos del ayer y hoy también se materializó en las múltiples dedicatorias: My Valentine para Nancy Shevell, su actual esposa que lo acompaña desde hace más de una década; Something, para su “hermano” George Harrison, tocada al ukelele como de costumbre y que más de un fanático confundió con un charango, entre risas.
La carga emotiva se intensificó en el ambiente, cuando Paul se sentó en el piano para cantar Maybe I’m Amazed al borde de las lágrimas. Hablamos del primer sencillo posterior a la separación de los Beatles y que, en su momento, le dedicó a Linda Eastman, su primera esposa, a quien el cáncer le arrebató prematuramente en 1998.
Pero dejamos para el final el momento más significativo. “Esta canción se la escribí para mi… pataza, John”. Y el público se vino abajo en vitoreos y gritos eufóricos. Porque el valor está en los detalles: para mí, un Beatle recordando a otro con una jerga peruana de por medio, vale más que una opinión forzada sobre el cebiche o la crema volteada. Se oye más natural, y por un momento, Paul es uno de nosotros.
Pasada la introducción, vino Here Today (1982), una sentida balada acústica que McCartney le dedicó a John Lennon tras su injusto asesinato. Allí admite que eran dos mundos aparte, pero la música siempre los hacía congeniar y sacar lo mejor del otro. Nuevamente, a Paul se le quiebra la voz y entonces, pensé en la suerte que tuvo el mundo que esos dos chicos se conocieran en una fiesta parroquial a mediados de los años cincuenta.
Posteriormente, hubo momentos dedicados a la epicidad con Nineteen Hundred and Eighty-Five de los Wings; al ambiente festivo, con Dance Tonight y al cierre de un ciclo con Now and Then, la “última” canción de los Beatles. Cerca a la recta final, la conexión del público con Macca iba alcanzando su cúspide con Band On The Run, Get Back, Let It Be y cómo no, Live and Let Die, cuando una serie de fuegos artificiales explotaron sobre el escenario y llevaron al concierto a un éxtasis puro. Hey Jude elevó aún más la apuesta con la clásica interacción de McCartney con el público durante la larga coda de na-na-nas.
Por último, el encore del concierto puso toda la carne sobre el asador: I’ve Got a Feeling tuvo la novedad de un dueto virtual entre Paul y el John del concierto de la azotea; Birthday, el reprise del Sgt Pepper, la metalera Helter Skelter y finalmente, el medley de Abbey Road para cerrar con The End y su emotiva frase: “Al final, el amor que recibes es equivalente al amor que das”.
Tienes razón, Paul: por eso los peruanos te valoramos como artista. Puedes retirarte a tu casa de campo a vivir una vejez tranquila disfrutando de tu fortuna y rodeado de tus nietos. Pero estás con nosotros: entonando las notas más altas, aunque la edad se note en tu voz. Muchas personas deberían aprender de ti: trabajar con pasión en cualquier circunstancia. Y he allí, por qué eres tan querido a nivel mundial. Dijiste que volverás pronto a Lima. No importa si será verdad: nunca nadie te olvidará.
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