Radiohead
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A 30 años de The Bends: el disco que inició la evolución de Radiohead a una banda experimental

Ansiosos por dejar de vivir a la sombra del éxito de “Creep”, el quinteto de Oxford diseñó una gran obra de rock alternativo con una producción ambiciosa y letras atemporales. “Fake Plastic Trees”, “My Iron Lung” y “Street Spirit” son algunas de sus grandes joyas.

Un buen disco puede exhibir la grandeza de un artista en múltiples formas. Podemos mencionar aquellos debuts que muestran el talento sobrenatural de su autor desde el arranque como el LP homónimo de The Doors, The Kick Inside (Kate Bush) o The Piper at The Gates of Dawn (Pink Floyd). 

Luego tenemos el grupo de los “consagratorios”, aquellos álbumes que brotan a mitad de una carrera para confirmar la cuesta arriba de los artistas. Aquí podemos ocupar líneas incontables hablando de obras como Revolver (The Beatles), Quadrophenia (The Who), The Queen is Dead (The Smiths), Parklife (Blur), entre otros tantos. 

Pero luego hay un tercer grupo de obras, cuya calidad nadie niega, pero dividen opiniones de los fanáticos en torno al reconocimiento que merecen. Hablamos de los discos “bisagra”, trabajos concebidos en la etapa ascendente a la excelencia de bandas y solistas. No suenan amateurs como los primeros trabajos, pero tampoco alcanzan la cima de las obras maestras. Sin embargo, ignorarlos no es una opción, porque implicaría desconocer que las leyendas se forjan a fuego lento.

Este es el equipo de álbumes como Rubber Soul (The Beatles), Aftermath (The Rolling Stones), Hunky Dory (David Bowie), Madman Across The Water (Elton John), por mencionar ejemplos clásicos. En cambio, hoy toca remontarnos a la última década del siglo XX, los pininos de la era digital. 

Hace treinta años, un 13 de marzo de 1995, Radiohead, el mítico quinteto de Oxford, publicó The Bends, su segundo álbum. El disco refleja la transición entre el post-grunge de Pablo Honey y el rock experimental de OK Computer. Es el eslabón perdido entre el éxito mundial del single Creep y la ambición sonora e intelectual de Karma Police o No Surprises.

Porque sí, Radiohead pudo ser un one hit wonder más, una de tantas bandas que se sacan la lotería con una canción pegajosa y luego engrosan las listas de artistas olvidados por el público. Sin embargo, Thom Yorke, Jonny Greenwood y compañía creyeron en su capacidad para superar los límites impuestos. Hacia 1993, el grupo salió de gira por Estados Unidos y la presión por la fama de Creep, el himno al desamor, se hacía cada vez más agobiante. 

Este fue el origen del título del siguiente álbum: The Bends (“las curvas”) es una dolencia que sufren los nadadores cuando ascienden muy rápido a la superficie tras haber buceado. Una clara referencia al grave estrés que sufrían los miembros de Radiohead por su éxito tan repentino. 

Una situación así ocasionó que la banda se negara a repetir la fórmula de un single exitoso. Tampoco querían adherirse al brit pop que dominaba las radios en Inglaterra, así que recurrieron a un rock alternativo. Crudo, directo, pero con pinceladas de pop, baladas y una incipiente electrónica. En fin, Radiohead se hallaba en plena adolescencia, anhelaba la búsqueda de identidad.

Tuvieron la suerte de grabar la nueva obra en estudios prestigiosos como RAK, The Manor y por supuesto, el mítico Abbey Road de Londres. John Leckie, conocido por su trabajo con los Stone Roses, produjo gran parte de las canciones y Nigel Rodrich participó en “Black Star” y desde entonces, se convirtió en el productor oficial de Radiohead. Al final, la banda ocupó 48 minutos del CD, una cifra prudente si tomamos en cuenta que en esta época, muchos artistas abusaban del tiempo que daba aquel formato novedoso. 

EL LADO A

Un viento artificial y los acordes tétricos de un piano abren el disco para sumergirnos en la atmósfera siniestra de “Planet Telex”, la primera canción. De letra ambigua, que divaga sobre lo inevitable que es cambiar ciertas cosas en la vida, es una apertura potente. La percusión de Phil Selway es soberbia y los teclados apocalípticos llegan a la música de Radiohead para quedarse.

Por su parte, Yorke interpreta la canción de manera conmovedora, como si estuviera sufriendo la letra. Sorprende saber que cantó sus líneas en una toma y con varias copas encima. Muchas veces la espontaneidad de las primeras tomas tiene un efecto único sobre el oyente. 

Por ello, nunca olvidaré el impacto que tuvo “Planet Telex”, cuando escuché el disco por primera vez en mi adolescencia. Esperaba otra balada guitarrera en la línea de Creep y me encontré con algo opuesto. Eso sí, nostalgia aparte, los efectos sonoros de la canción suenan un tanto anticuados a día de hoy y pueden saturar los oídos en las escuchas iniciales. 

A continuación, viene un aguerrido riff de guitarra, cortesía de Jonny Greenwood. Se trata de “The Bends”, canción homónima del disco. Por el título no sorprende que encapsule muy bien el contexto de la banda. Yorke no sabe adónde ir en su posición de fama, desconfía de quienes son sus amigos y cree que solo puede confiar en su novia. 

Hay un breve puente, donde el cantante solo es acompañado por la batería de Selway, y afirma de forma un tanto jocosa que le gustaría “estar en los sesenta”. Quizás añora tiempos más sencillos o vivir como sus ídolos musicales. Finalmente, la sensación de escape se manifiesta en el final de la canción, donde la velocidad de la guitarra sube al límite y Yorke al borde del grito, vocifera “Quiero ser parte de la raza humana”. Un breve recordatorio de la desconexión que puede generar la fama y un mensaje a quienes la idealizan. 

Sin ser la mejor canción del disco, “The Bends” muestra la rápida evolución de la banda. En el debut “Pablo Honey”, abundaban los riffs de Greenwood y los gritos de Yorke, pero faltaban melodías con gancho y sobre todo, memorables. 

También había baladas que adolecían de lo mismo y en “High and Dry”, la siguiente canción vemos que ahora este tipo de canciones reciben el cuidado que merecen. Su letra pesimista, marca de la casa, aborda cómo ciertas personas renuncian a su identidad por el reconocimiento. 

Pero la base musical es animada y relajante: apela a las guitarras acústicas y un solo eléctrico, aunque delicado. Es de las canciones más comerciales del disco, lo que explica su lanzamiento como single. Aunque por este motivo, la banda luego no tardó en minimizar el tema y hoy en día, llevan casi treinta décadas sin interpretarla en vivo. Una lástima.

Si a la delicadeza le añadimos épica, obtenemos “Fake Plastic Trees”, una power ballad intimista inspirada en el mejor Jeff Buckley. Una gran canción sobre la superficialidad de ciertas relaciones románticas que te eriza la piel con su emotivo clímax final (“She looks like a real thing, she tastes like a real thing… my fake plastic love”/ “Ella luce como una cosa real. Ella sabe cómo una cosa real. Mi falso amor de plástico”.). 

No tenía nada que envidiarle a joyas contemporáneas del mismo tenor como “Champagne Supernova” que Oasis lanzaría ese mismo año. De hecho, estamos frente a una canción que suena emotiva sin llegar a ser cursi o “huachafa” para los peruanos. Quizás por eso, Radiohead aún la recupera en conciertos especiales como su recordado paso por el Estadio Nacional de Lima en 2018.

Acto seguido, ingresamos a terrenos más convencionales y menos conocidos con “Bones”. Un tema dinámico de pop guitarrero que recuerda más al disco anterior, pero con una melodía vocal lo suficientemente buena para encajar en el universo de “The Bends”. Originalmente, iba a abrir el álbum, pero habría sido un desacierto, porque generaría una falsa impresión sobre el resto del material.

Mención aparte para la línea donde Thom canta sobre cómo la fama dejó de ser una ilusión para convertirse en algo más de la rutina (“And I used to fly like Peter Pan. All the children flew when I touched their hands”/ “Y yo solía volar como Peter Pan. Todos los niños volaron cuando les toqué sus manos”). Un detalle inesperado y creativo, fiel representante del gusto de la banda por las referencias a la cultura popular. 

El disco baja las revoluciones con la sosegada “(Nice Dream)”, cuyo título en paréntesis refleja la ironía de su autor. No habla de un sueño idílico, sino de darse cuenta que las conexiones humanas genuinas son difíciles de encontrar. Musicalmente, está bien ejecutada con los teclados construyendo una atmósfera onírica y una cuidadosa guitarra acústica. Los cambios de tiempo que recrean una “pesadilla” mediante unos riffs más agresivos de Greenwood le dan variedad al conjunto. Quizás es de las canciones del disco que mejor remite al Brit Pop de la época, aunque sin llegar a ser un highlight.

EL LADO B

“Just” y “My Iron Lung”, los singles “rockeros” del álbum continúan el álbum. La primera explora el autosabotaje con líneas crudas como (“You do it to yourself, you do and that’s what really hurts”/ “Te lo haces a ti mismo, lo haces. Y eso es lo que de verdad duele”). Todo acompañado de la mejor actuación de Jonny Greenwood y el segundo guitarrista Ed O’Brien en todo el disco. 

La segunda, “My Iron Lung», alterna muy bien las dos tendencias que hemos escuchado hasta ahora. Con una parte inicial en formato de balada en la que Yorke canta sobre cómo la discográfica EMI los presionaba para que repitan el éxito mundial de “Creep” a cualquier costo. Luego viene el puente, una explosión de rock pesado devota del mejor Nirvana o los Pixies, que busca ilustrar el desahogo de la banda para librarse de la crisis que estaban viviendo. Es uno de los primeros clásicos auténticos de Radiohead, recogiendo lo aprendido en “Pablo Honey” para perfeccionarlo al máximo. 

Entrando a la recta final, el disco entra en estado de reposo con la minimalista “Bullet Proof (I Wish I Was)”. Un tema de melodía discreta, que se salva de fracasar gracias al hermoso falsete del vocalista y los efectos sonoros que pululan en el tema como una guitarra eléctrica que suena como el radar de un submarino. Fácilmente lo mejor es la letra, que juega con la idea de ser “a prueba de balas” para resistir los problemas del día a día.

Seguimos con “Black Star”, otra balada alternativa. Inicia con un potente fade in para luego transitar por parajes conocidos. Tiene el detalle de combinar la historia de una relación estancada con el miedo al fin del mundo por culpa de una “estrella negra”. Fuera de esta curiosidad, la canción es de lo más flojo del álbum: tiene versos simpáticos, pero un coro poco inspirado. Quizás la explicación de este nivel es que el tema originalmente iba a ser el “lado B” de algún single, pero apareció en el álbum para completar el listado.

Por otro lado, “Sulk” recupera elementos conocidos como los efectos de submarino, los riffs eléctricos, pero melodiosos y la interpretación sentida de Yorke. Nuevamente, la calidad de los músicos y la expresividad del cantante le suben varios puntos, aunque diría que es lo suficientemente emotiva para que la rescaten alguna vez en vivo. Líricamente, es otro himno al desamor juvenil, con alusiones al resentimiento y la falta de comunicación (“You bite through the big wall, the big wall bites back”/ “Muerdes la pared, la pared te muerde a ti”).

Finalmente, el telón se cierra con la oscura “Street Spirit (Fade Out)”, gran canción sobre la desesperanza en el futuro. Desde su inicio con el riff hipnótico de Greenwood que acompaña a Yorke en toda la canción, sabemos que hemos entrado a una nueva era musical. Por fortuna, después de tanto pesimismo, parece que hay una luz al final del túnel con la línea “Inmerse your soul in love” (“sumerge tu alma en el amor”). 

Hay segundas oportunidades y así lo demostró Radiohead con este “The Bends” donde se quitaron la etiqueta de one hit wonders y “Creep” comenzó a quedar atrás para navegar a mares más turbulentos, pero con mayores riquezas musicales. Lógicamente, aún hay aspectos por mejorar y  la naturaleza transicional del disco se nota en algunas canciones que repiten fórmulas del disco anterior, aunque con un afán experimental que llegó para quedarse en la banda. Llegarían obras aún mejores y más revolucionarias, pero ninguna habría sido posible sin la explosión de creatividad que es “The Bends”. 

Calificación: 8,5/10

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