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Reseña y crítica de «Trashumancia», de Gerardo Figueroa

    Desde su título pastoril, migrante y exótico a oídos del lector citadino, Gerardo Figueroa ha escrito un texto muy nutrido de formas literarias, de aguda orfebrería en el fraseo de su voz, y nada fácil de enrolar en alguno de los folclóricos géneros literarios. Si nos ceñimos a su extensión, podríamos decir que se trata de una nouvelle, y quizá aquella palabra prestada del francés sea el vocablo encargado de finiquitar lo referente a juicios concretos acerca de “Trashumancia”. Por suerte.
 
La obra fue publicada en mayo de 2021 por la editorial Paracaídas Soluciones Editoriales, para su sello Narrar. 
 
El foco principal de “Trashumancia” recae sobre la palabra, entendida esta como simiente y engrudo de todo texto, puente de lenguaje, así como alma totalitaria en el subtexto de la obra. Por un lado, tenemos un narrador cíclico que no es revelado sino hasta el final/comienzo del texto, que va construyéndose a sí mismo a través de etapas cada vez más seguras, al tiempo que descubre y atraviesa nuevos pórticos de posibilidades textuales. Una narración que en principio ensaya, reflexiona, describe, transcribe, pergeña personajes en función del lenguaje y no al revés, hasta revelar finalmente a su principal y un tanto soberbio protagonista: la palabra. Uso la palabra “soberbio”, pues la aparición de “personas” dentro de la obra ocurre en un plano calificable de lúdico, más como una excusa para desplegar el poderío de la palabra y nunca entendidos como agentes de libre albedrío en el cauce de una historia. No obstante, el autor codifica con acierto y agilidad las escenas de personajes, pues en su corta estancia les adhiere capas dramáticas que se disocian de lo manido gracias, nuevamente, al juego soberbio de la palabra como demiurgo literario. 
 
Una de las etapas de confección de la obra tiene que ver con la palabra “perrería”, tomada del escritor uruguayo Mario Levrero. Para hablar del universo de Levrero, y sobre todo para dejarse absorber por él, es necesario transgredir por un momento la placa madre de nuestra escuela literaria peruana, casi siempre enfilada en la brigada celosa del realismo, y aceptar, por ejemplo, a una viviente bola de pelos como mascota, a juegos y formas literarias galantes con lo absurdo y con la libertad narrativa entendida como el incansable proyecto de no repetirse jamás. Dice uno de los párrafos iniciales de «Trashumancia»:
 
“Transcritos sus significados con el debido crédito (de “perrería” según la RAE), me toca encontrar qué hacer con perrerías para sacármela de encima, para conjurar la maldición de su poder, parar escapar yo también de las perradas del feto de Levrero.” 
 
De ese modo, por ejemplo, al introducir el nombre de Adela, el autor configura una de sus más interesantes argucias, al manipular la mente del lector de una forma nada esperada. ¿Quién es Adela?, resulta una pregunta, que sin forzamientos argumentales y de forma orgánica, se transforma en ¿QUÉ es Adela? Es aquí donde, a través de un personaje y su velo dramático, aparece una de las tesis más importantes de “Trashumancia”: la transmutación sensible del significado en relación al significante. Es así que la continuación argumental empasta episodios de reforzamiento de aquella tesis. Un hombre y una joven postulante al cargo de asistenta en una empresa; un tipo y una mujer que se cruzan en el supermercado; la travesía pastoril de un grupo de ovejas en paralelo al peregrinaje de palabras que buscan reinsertarse en el texto de quien escribe la obra, siempre en luminancia con el alma de la palabra como ente creador:
 
“Tomás perdió personas, animales y cosas que, por la falta de letras, no pudo volver a escribir primero y luego nombrar. No era la pérdida de la memoria a la que algunos asistimos sin darnos cuenta, sino la fatal pérdida del recurso que tenemos en las letras para formar las palabras con las que retenemos, evocamos y construimos nuestra vida. Partes de un todo que, al desaparecer poco a poco de sus manos, fuero carcomiendo por pedazos las palabras que, incompletas, no pudo volver a pronunciar. Privado de ellas, Tomás quedó excluido de todo lo demás.” 
 
Así mismo, el narrador es consciente de su naturaleza y reasume dicho papel incluso en la cara y voz de su propio personaje:
 
“Lleva leídas once líneas y media y no sabe por qué sigue leyendo. No es el típico texto que lo engancha a la primera ni una de las genialidades de las que tanto se habla. No es un clásico que no alcanzó a leer en la facultad ni el descubrimiento que todo el mundo recomienda. Sin embargo, una misteriosa sensación que no alcanza a explicar —quizá una que ni siquiera presiente— lo empuja a seguir leyendo.”.
 
Es hacia el final del libro en que, a modo de clímax, ocurre el peregrinaje simbólico de palabras y ovejas en busca de un lugar productivo. Contraponiendo párrafos y contextos distintos y valiéndose de técnicas que recuerdan al boom latinoamericano, el autor recurre al lenguaje poético y bucólico al citar el pastoreo, en contraposición con el periplo de las palabras y el caos de su autor. Dos escenas muy bien dirigidas en su paralelismo, que, una vez más, no concluyen en un remate estático ni predecible.
 
En resumen, “Trashumancia”, es una obra sobre la construcción formal, sobre el mando invulnerable de la palabra como esencia creativa, que se aparta de la usual historia funcional e invita a respirar un aire distinto en medio del concierto realista, comúnmente asociado a la literatura peruana.
 
Libro recomendado.
 
Ficha técnica: 
 
“Trashumancia”, de Gerardo Figueroa
 
Editorial: Paracaídas Soluciones Editoriales, bajo su sello Narrar
 
Año 2021
 
66 páginas 
 
Tapa rústica
 
Puntos de venta: 
 
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