Por: Aarón Alva
La obra del escritor checo, cuya dimensión alcanza la inmortalidad, ha motivado en nuestro circuito artístico exposiciones, muestras de pintura, reediciones de sus libros, obras teatrales, entre otras movidas alrededor del complejo mundo kafkiano.
Esta semana releímos el ensayo Kafka: seres inquietantes, de Miguel Gutiérrez, publicado originalmente en 1999 por Editorial San Marcos, y reeditado en el corriente año por el Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, bajo su sello J.M. Marthans. Tal como apunta el prólogo de Ricardo Gonzáles Vigil a esta edición, el trabajo de Gutiérrez no solo destaca en el campo novelístico, sino también en lúcidos ensayos acerca de autores que marcaron su experiencia lectora.
Dividido en cuatro capítulos y un exquisito apéndice que incluye cuentos cortos, además de la visión de grandes escritores sobre el autor checo, Gutiérrez comprende que adentrarse en el cosmos kafkiano es una suerte de enigmática y compleja expedición, donde la realidad posee causas indescifrables, ajenas al orden secuencial. Todo ello gracias a una mente privilegiada que encontró en la literatura el mejor camino para plasmar sus visiones y obsesiones mediante formas propias y arriesgadas para su época. Heredero del estilo flaubertiano, Kafka supo balancear su escritura libre de florituras y preciosismos barrocos, en favor de situaciones y escenas tan originales como desconcertantes. Precisamente, cita Gutiérrez, quizá el mayor «secreto» del arte kafkiano está en introducir hechos inverosímiles en ambientes «normales» y cotidianos, cubriéndolos de realismo a través de finas descripciones y un lenguaje desprovisto de melodramas. Del mismo modo, el autor de El castillo rescató y renovó formas antiguas como la fábula, leyenda y hasta los cuentos de hadas, desprestigiados por entonces, arrebatándolos de aquella causalidad lineal respecto, por ejemplo, a los «castigos» y «transformaciones» de los protagonistas. En el orden Kafkiano, los personajes mutan sin aparente motivo, son juzgados gratuitamente, pero todo esto importa menos que la pérdida y degradación de su humanidad y el rechazo del mundo sobre ellos. En el segundo capítulo, dedicado por completo a La Metamorfosis, Gutiérrez señala:
«¿Por qué, qué ha hecho de terrible este joven justo y bondadoso joven con sus ancianos padres y su querida hermana menor, de cuya sobrevivencia y bienestar él se ocupa sin otro mandato que el del amor y el debe filial, para que padezca suceso tan atroz? De acuerdo a la estrategia narrativa, que constituye uno de los secretos de la poética kafkiana, nunca lo sabremos.»
Asimismo, el ensayo aborda el resto de personajes «no humanos» de Kafka, entre ellos animales híbridos, cosas, personas que fueron animales y viceversa. De los primeros, el más famoso, según explica Gutiérrez, es el ser mitad gato mitad cordero del breve cuento Una cruza (incluido en el apéndice), criatura que un hombre recibe como herencia paterna. El sujeto, más bien tranquilo y resignado ante la forma extraña, se pregunta qué hacer con este animal del cual no puede deshacerse ni eliminar, aun cuando esto parezca lo más razonable. La lista continúa con sirenas, caballos convertidos en abogados, entre otros seres, encargados de reformular mitos y dislocar nuestra concepción de la realidad.
Pero el principal acierto del ensayo de Miguel Gutiérrez no consiste únicamente en mapear los periplos de cada criatura kafkiana, sino en introducir al lector común, ajeno a tecnicismos narratológicos, en un diálogo entre la obra el autor checo y las diferentes problemáticas que su trabajo suscita, tanto desde el contexto sociocultural hasta el acercamiento de otros escritores, e incluso ideologías totalitarias que vieron en Kafka un riesgo u oportunidad para sus fines.
Estamos ante un texto nítido y coherente sobre un escritor, cuya poética (cito a Gutiérrez) caló más profundo en la estructura del mundo actual y abrió nuevas posibilidades de desarrollo a la novela del siglo XX.
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