Reseña de Carlos Enrique Saldivar
Autor: Aarón Alva Hurtado. El enigma de la silla rota. Lima: Editorial Apogeo y Editorial Cuenta Artes, 2017. 77 p.
Quisiera ahondar un poco en el aspecto primordial del presente texto: la insidiosa presencia del trauma. Antes de iniciar, me gustaría hacer dialogar «El enigma de la silla rota» con dos textos que me parecen fundamentales acerca del asunto. La primera es la novela corta «El policía de la biblioteca», de Stephen King (primera de dos obras incluidas en su libro «Las cuatro después de la medianoche»), en la cual el personaje central es víctima de una terrible agresión cuando niño y esto resulta determinante para la formación de su yo joven, luego adulto. Ya en la adultez, el protagonista tendrá que lidiar con un monstruo sobrenatural que «representa» al monstruo real que lo atacó en la niñez. Recuerdos y perturbaciones se verán superados gracias a la ayuda de una amiga y de las fuerzas mentales del mismo individuo, lo que desembocará en un enfrentamiento de condiciones épicas. Otra novela a la que me remite el libro de Aarón Alva es «Extraños», de Dean R. Koontz, una obra larga, en la cual un grupo de personajes tienen atisbos de remembranzas que los relacionan unos con otros, de este modo se teje el hilo de la historia, se atan cabos, se revelan (dentro de los mundos privados de los protagonistas al inicio y luego se proyectan al exterior) datos que muestran al lector qué está pasando, qué es lo que ha pasado y cómo esta gente logrará vencer aquel poder maligno uniéndose ellos para derrotar sus dudas y temores. El enigma así se resuelve.
En realidad, es muy interesante ver cómo hechos del pasado, que pueden resultar tristes, incluso atroces, pueden definir la personalidad del hombre o mujer que serán el centro de atención durante el relato, en la moderna novela de terror o misterio esto resulta casi básico, pues ¿quién no ha padecido algún daño cuando niño? Laceraciones físicas y emocionales que se superan durante algún tiempo, mas luego regresan para atormentar al sujeto, aunque, en muchos casos, es la víctima quien consigue dominar al fantasma que lo acosa sin cesar.
Por ello, este recurso me parece excelente en el relato largo de Aarón Alva, ya que es, como dije, vitalista, parte de la misma conformación orgánica del individuo, la fortaleza del mismo se desarrolla por otro lado. Los traumas infantiles provocan depresión y, a menudo, una personalidad nerviosa. En «El enigma de la silla rota» el personaje central dilucida qué es aquello que le provoca malestar, y analiza los mecanismos de su trauma, lo recuerda, lo ve con claridad y se decide a hacerle frente. No obstante, todo este proceso deviene de una interesante construcción del relato, desde el inicio: el protagonista se apresta a redactar una nueva narración (es escritor), recibe una llamada intimidante, y luego salen a flote diversos elementos, los llamados factores externos que nutren lo interno, su niñez, la relación con su madre, quien, para lograr que no se desvele lo asustaba con la aparición de un duende, sin medir las consecuencias en la psicología del niño. También se halla la presencia del barrio, de los habitantes, lo exterior conforma el universo interno del infante, después adolescente y formarán a un hombre adulto que no es feliz cuando mira hacia las calles y a través de la ventana de su propia existencia. Sobre todo, por aquella molestia que lo conturba de modo constante. Cito de la página 18: «Mi mente era martirizada por un avalancha de recuerdos que trasgredían mi comprensión. Desde el fondo de ese pasado borroso llegaba aquel grito ahogado. ¿Qué significaba? Se oía como el lamento invisible que uno escucha en sueños, vívido y claro, pero imposible de identificar, como un puñal que hiere repentinamente en mi pecho sin poder conocer a mi agresor». Tras ello, el personaje relaciona el grito con una silla donde se acomodaba durante su infancia y la narración adquiere un suspenso creciente.
Es de vital importancia la relación del protagonista con personas de su entorno, porque no solo estas le brindan protección, sino también daño. Está su media hermana Elizabeth, a quien el personaje considera «una segunda madre», y está la misteriosa Mary, su cuidadora, quien se convertirá en pieza fundamental de la resolución del entramado. También, como dije, líneas atrás, la gente de afuera, de las calles, del barrio, pequeñas vidas (que se tornan gigantescas en algunos momentos) que habitan la ciudad de Lima (que a su vez se convierte en un elemento que parece tener vida en ciertos instantes, como una entidad acogedora pero temible al mismo tiempo). Resulta llamativo este punto, pues valida de manera propicia ese argumento de que «son las personas las que hacen a la ciudad y esta, a su vez, hace a dichas personas». No obstante, son el trío cercano al personaje central los que redondean el relato central: la madre (ya fallecida, pero que aparece en un cúmulo de recuerdos), la hermana, que se ha independizado, al igual que el protagonista, que tiene pareja y quiere construirse un nuevo proyecto de vida, aunque su presencia también está casi totalmente constreñida a las rememoraciones, pues la relación actual con su hermano se ha agrietado. Finalmente, está Mary, una chica de provincia, cuidadora del personaje central cuando tenía cinco años; es importante resaltar que esta adolescente tiene una gran parecido físico con Elizabeth, lo cual podría explicar el desenlace tan ambiguo de la historia. Mucha atención a este detalle.
Es pertinente mencionar que el ambiente familiar cercano contribuye de algún modo a dotar al individuo de la fuerza suficiente para resolver los asuntos pendientes de un pasado que lo apabulla y no le deja mirar con serenidad hacia adelante. Cito de la página 18: «¿Y se puede escapar de todo eso?, le pregunté. Lamentablemente, no todos pueden hacerlo, el pasado siempre formará parte de su futuro. Fue lo que dijo mamá. La única manera de superarlo es siendo más fuerte que tus desgracias, adquirir esa fortaleza es un fin reservado para unos cuantos». Quizás aquel sea el secreto: aunque nunca se pueda olvidar la terrible experiencia acaecida, sí se puede dejar atrás, derrotarla, hacer que se convierta en una parte ineludible de lo que fue nuestra vida, mas no es una pieza que servirá para construir nuestro presente y futuro. Tal vez la respuesta se halle ahí, en las remembranzas agradables, en lo que nuestra familia hizo alguna vez por nosotros; en aceptar que el mal está allí, agazapado en alguna parte y acecha, pero, sobre todo, en saber que existe el bien, el cual nos brinda la entereza que nos ayuda a encarar la amenaza de turno (psíquica, sobrenatural, real, o lo que fuere) para lograr salir del abismo, renovarnos y descubrir quiénes somos y a dónde vamos.
Carlos Enrique Saldivar R. (Lima, 1982). Estudió Literatura en la UNFV. Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, en la categoría: relato. Finalista del I Concurso de Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de Textos. Finalista del Primer concurso de cuento de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft. Finalista del XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico mi Natura 2016. Finalista del Concurso Guka 2017. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008), Horizontes de fantasía (2010); y el relato El otro engendro (2012). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016) y Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017).
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