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RESEÑA: “La ballena”. Brendan Fraser brillando en la oscuridad

Yo no sé todo lo que podrá pasar, pero, sea lo que quiera, iré a ello riendo”.

Moby dick. Herman Melville.

La ballena de Darren Aronofsky no es una obra “fácil” de apreciar. El director nos lleva de la mano a contemplar la autodestrucción de Charlie (Brendan Fraser), un profesor de lenguaje de mediana edad, cuyo sobrepeso rebalsa lo humanamente tolerable. Charlie cometió un gran error en su vida: abandonó a Ellie (Sadie Pink), su hija adolescente, quien lo repudia y busca beneficiarse de su afectada condición. Aquella relación rota es el eje central de la historia. Ellie, pese a tener motivos de desprecio hacia su progenitor (fue abandonada por él a los ocho años a causa de un romance con su ex alumno) es un personaje desagradable, irritante y lleno de malicia. Sin embargo, él ve en ella algo especial: un futuro brillante, una persona por la que vale la pena incluso morir.

La película es un estudio de personajes rotos, como Liz, su “cuñada” enfermera y mejor amiga, que cuida de Charlie y complace su voraz adicción de comida chatarra; Thomas, el joven predicador en busca de redención luego de robarle dinero a sus padres; y Mary, la ex mujer de Charlie, presa de rencor hacia él.

Con respecto a la puesta en escena, es más mucho más austera, ya que el 90% está filmado en la oscura y opresiva vivienda del protagonista, donde atestiguamos su decadencia a la vez que admiramos su humanidad. Charlie sufre los terribles embates de su condición (hipertenso, con más de 200 kilos), sin embargo, pese a su cuerpo deformado y gigante como la ballena del título, todavía conserva su humanidad. Es un hombre inteligente, culto, generoso -incluso con quienes les odian- pero que se encuentra atrapado en un cuerpo decadente. Gran admirador de la novela Moby Dick, la obra maestra de Melville, Charlie encuentra en la ballena a su animal espiritual.

A favor de la película podríamos resaltar el nivel top entre las actuaciones, como la malhumorada y afligida Liz (Hong Chau, nominada al Oscar), al igual que la joven Sadie Pink, quien podría ser uno de los rostros más reconocibles del Hollywood del futuro. En contra del filme podría mencionarse su cargado estatismo al presentar un solo escenario, además de su descarada intención de regodearse en la miseria de su protagonista. Definitivamente no estamos ante la mejor película de Aronofsky, pero poco importa porque hablaremos del verdadero rey de la función.

Quien escribe no podría estar más contento por el Oscar a Mejor Actor de Brendan Fraser, no sólo por las dificultades del filme en sí, sino por la preciosa oportunidad que se le presentó para recordarle al mundo su potencial titánico como actor. Fraser le otorga a su criatura una humanidad tan dolorosa que resulta escalofriante. Charlie ya renunció a la vida y vive los descuentos, pero a pesar de ello merece vivir. Y esa lástima y congoja expresada por Fraser a través de sus ojos, -aún con más de 200 kilos encima- concede eficacia a la película. Charlie es un personaje complicado de interpretar. En otras manos hubiera caído en una vulgar parodia. Sin embargo, transmite compasión y por momentos ternura.

La ballena regala al público una actuación dolorosa, fascinante y a la vez perfecta. Un auténtico “vía crucis” con momentos de buen cine, excelentes interpretaciones, la magnífica banda sonora a cargo de Rob Simonsen (recomiendo escuchar “Safe Return”) y un final emocionante a razón del estado de gracia de su protagonista. Además, nos recuerda el semejante portento actoral de quien no debió alejarse jamás de las cámaras. Este es sin duda uno de los regresos más sensibles jamás visto en la carrera de un actor. Sin duda, Brendan Fraser es una estrella de brillo perpetuo en medio de la oscuridad.

Puntuación: 3 de 5.


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