Por: Aarón Alva
Hace tiempo no me topaba con la obra de un autor piurano. La región norteña cuenta con un movimiento literario interesante, promovido por escritores y grupos (como el siempre activo “Tertulia cero”), entre los que figuran Antonio Zeta, Houdini Guerrero, Gian Pierre Codarlupo, Tadeo Palacios, Cronwell Jara, Sigfrido Burneo, José Lapulú, Eduardo Borrero, y por supuesto, Miguel Gutiérrez, su escritor más importante hasta el momento, entre otros.
Esta semana leí “Morir en mi ley”, de Lenin Heredia, (Sietevientos editores, 2021), novela que, a pesar de contar con piezas dramáticas interesantes, no llega a consolidar un buen producto final debido a sus falencias de lenguaje y técnicas. Su lectura ratifica lo dicho una y otra vez en los tallares literarios: la historia o trama, sea o no atractiva, es el simple y puro componente descubierto sobre el que se debe pulir, tallar o re inventar un artefacto erigido con palabras, quizá opuesto a la idea original, pero siempre repotenciado.
Vamos por partes.
La novela empieza así:
Paco temía. Siempre supo que era una posibilidad, acaso el destino, pero sólo ahora que se concretaba, temía. Sintió los brazos tensos, los oídos taponados.
—¡Avanza! —gritó el Trinchudo—. ¡Ve por la trocha!
—El carro no avanza por ahí, carajo.
El ruido de las sirenas se hizo cada vez más fuerte.
Se cuenta una acción dinámica, precisamente una persecución, que introduce tensión al lector, pero que se ve estropeada debido a la inseguridad del narrador. Empezar con una explicación innecesaria que detiene la fuerza activa no es buena idea. Lo sencillo, justo y necesario hubiese sido:
—¡Avanza! —gritó el Trinchudo—. ¡Ve por la trocha!
—El carro no avanza por ahí, carajo.
El ruido de las sirenas se hizo cada vez más fuerte.
La primera escena, que introduce al personaje Paco y sus cómplices, promete agilidad y tensión a la trama con elementos efectivos de novela policial. Sin embargo, si bien se sobre entiende que volveremos a toparnos con dicho acontecimiento más adelante, profundizada y extendida, la novela pierde aquella tensión y dinamismo prometedor. Enseguida, se narra un sueño de Lidia, protagonista central, y luego se detalla parte de su vida junto a su hija Rebeca, y reaparece Paco, quien resulta ser su pareja y padre de la niña. Es aquí donde la novela empieza a decaer. El narrador exagera en descripciones no esenciales y lentas, tanto de acción como de elementos visuales. Se detalla la comida, la ropa, el mobiliario. Además, en ocasiones los diálogos son demasiado pegados a la oralidad real, factor que desnaturaliza a la prosa en su conjunto. Existen frases y palabras inapropiadas para la intención de lirismo:
“Lidia pensó que solo debía resistir el embate, esperar que acampara.”: Esta frase es parte de un diálogo dentro de la casa, sin lluvia o embates climatológicos.
“Lidia tomó por primera vez la botella, ese salvavidas.”
Además de frases en desuso o que dañan el estilo.
“—Lo que no quiero es estirar la pata sin que nadie se dé cuenta.”
“Lidia apiló entonces cada cuchara y plato, llevó una torre al lavadero.”
“—Vamos a un velorio. El finado era su amigo.”
“Cuando llegó a la avenida principal pudo ver la cantidad de gente que acompañaba el sepelio. Le pareció muy pendejo coincidir así.”
“—¿Novedades?
—Nancy.”
Gran parte de los primeros capítulos ocurre en tiempo continuo, técnica que recuerda un poco a novelas como “Incendios” de Richard Ford, o incluso “El guardián entre el centeno” de Salinger. El inconveniente en “Morir en mi ley” es que, como mencioné arriba, el narrador hace lenta la acción con descripciones completamente prescindibles. Las escenas de pelea entre Lidia y su pareja recuerdan por ratos a ciertas escenas de los cuentos de John Cheever, donde justamente abundan este tipo de situaciones maritales.
Temas como el maltrato hacia la mujer y el machismo son expuestos en la novela, además del abuso de poder, la delincuencia y crimen organizado. Todo ello alrededor de la historia de Lidia, quien finalmente consigue escapar de aquel mundo agitado que representan también sus propias emociones. Sin embargo, a pesar de contar con una historia muy explotable y en todo caso expandible, queda un tanto hueca la psicológica de los personajes, con la cual no pude conectar. Esta falencia se produce por el lenguaje plano y unísono a todos los individuos en juego. Los sueños y narraciones en primera persona de Lidia, donde conversa incluso con su madre, no despegan en cuanto a psicología, pues centran su observación en hechos faltos de potencia como esencia íntima, espiritual.
Otro punto que podría haberse desarrollado mejor es lo referente a Piura como región y geografía. Son pocas las descripciones sobre la ciudad, de modo que resulta difícil situarse. Lo relativo al espacio termina siendo muy genérico y no aprovecha la extensa variedad de paisajes piuranos, a modo quizá de “La casa verde” de Vargas Llosa.
Debido a su historia y personajes, “Morir en mi ley” podría haber quedado mejor como una nouvelle, pues contiene mucha materia sobrante. Esto le juega una mala pasada, por ejemplo, al unir el acto inicial (la persecución policíaca) con su reencuentro y resolución casi al final de la obra. Por otro lado, y así esto no sea obligatorio, pero que puede aportar mucho si se usa adecuadamente, es la falta de elementos frescos, ingredientes de la cultura actual. Todo en “Morir en mi ley”, es muy, digamos, añejo, tanto en construcción como en personajes y el tratamiento de sus problemáticas. Una cuota de humor no le vendría mal.
Ficha técnica:
«Morir en mi ley», de Lenin Heredia
Editorial: Sietevientos editores
Año: 2021
237 páginas
Tapa rústica
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