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El mal contra el mal: “Quien golpea primero golpea dos veces”, de J. J. Maldonado

J. J. Maldonado ha escrito un libro que, acertadamente, hermana a dos tipos de lectores: el exigente observador de formas y construcciones que con ojo entrenado consolida o afloja estructuras,  y el pasivo —lector hembra en hiperbólicas palabras de Cortázar—, que se deja envolver por una fuerza seductora, al tiempo que ajena a la compresión. Nos referimos a “Quien golpea primero golpea dos veces”, publicado por la editorial Campo Letrado.
Abren el libro tres citas que nos inducen a lo citado líneas arriba. La primera: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, de Ludwig Wittgenstein, refiere a una posición y esencia no solo del narrador a través de los textos, sino del desenvolvimiento y motivaciones de los personajes. El narrador aprovecha muy bien las posibilidades prosísticas que le permite el contexto de su acción, logrando a través de su lenguaje lírico, exento de eufemismos y amaneramientos, un protagonismo vital. Incluso podría decirse que las historias y personajes sirven como mera excusa para el desarrollo y explosión del idioma. De otro lado, aparecen personajes que a partir del lenguaje configuran su acción, como el caso de “Hijo de Dios”, donde Glorioso, decide cambiar su nombre y dotarlo de un verbo personalísimo para perpetrar sus actos. El mismo personaje recurre también a citas bíblicas que moldea de acuerdo a su propia realidad, y es aquí donde calza perfecta la segunda frase que abre el libro: “El sagrado idioma está desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad”, de Cormac McCarthy. Ocurre lo mismo con “INRI”, donde, más que una versión paralela y apócrifa de la muerte de Cristo, se transmite al lector una poderosa muestra de la posibilidad del lenguaje, al este revelarse y estar a la altura de lo supuestamente sagrado e intangible.
Respecto a las técnicas empleadas, el autor elige con acierto las mismas que alejan a los relatos de linealidad y simpleza formal. Vasos comunicantes, mudas espaciales y temporales y sobre todo el uso del monólogo interior y flujo de consciencia, dotan a los relatos de esa “antiverdad” que Kundera cita como acierto en todo buen relato: el acercamiento imposiblemente inexacto al yo.
   Pero es la tercera cita que abre el libro, “Sin infierno no hay dignidad” —Flannery O´connor—, la encargada de plasmar el esquema moral que rige al conjunto de cuentos. Y es aquí donde el segundo tipo de lector entra en juego. Cada relato captura desde el inicio gracias a su rápido y efectivo accionar de tramas sórdidas, truculentas y cuyas frases apuntan directo a una tensión tanto psicológica como externa. “Cuando abrió sus ojos después de la golpiza, las sombras lo estaban observando, hambrientas, desde el fondo del corral.”, “Hace algunos días aprendí dos cosas que jamás olvidaré. La primera, que la muerte cura el estrabismo de la gente. Y la segunda, que para degollar de un solo tajo a las personas y no atascarse en el proceso hay que pasar la navaja justo por debajo del hueso hioides.”. Sin embargo, a diferencia de la autora sureña norteamericana, en cuyos relatos puede apreciarse la idea del mal derivado de una sobre carga del bien, los presentes relatos de J. J. Maldonado, plantean moralmente algo contrario: la sobrecarga del mal conduce a un estallido que termina por redimir de cierto modo a sus personajes. Es decir, el mal se cura con más mal y su irrefrenable autodestrucción. Por ejemplo, en “Hijos de Dios” e “Incendios”, los personajes soportan una carga de mal que finalmente puede más que ellos y los pone en su contra, se autodestruyen de alguna manera: Sin infierno no hay dignidad.
Los relatos deQuien golpea primero golpea dos veces pueden situarse dentro de un hiperrealismo al límite. El autor nos sitúa frente a situaciones que, dentro de su aparente cotidianidad, escapan al lugar común y construyen situaciones extremas que, gracias a su lenguaje, el lector acepta sin reparo. Sin embargo, existe un detalle que quizá algunos lectores no reciban con total benevolencia: el uso de los nombres. Es obvio que la literatura no es ni puede ser una copia fiel de la realidad y que el llamado “realismo”, responde más a un capricho humano de buscarle nombre a todo, pero no faltará quien considere que los nombres Eliot, Walters, Ned, Sicarius, Christa, desentonen con Ñaña y el resto de lugares donde se ambientan las historias. Pero recuerden, la Ñaña del libro no es la Ñaña de la realidad, todo lo contrario, es un espacio inventado, modificado a gusto de su creador; y de paso recuerden también el famoso cuadro de René Magritte: “Esto no es una pipa”. Es lenguaje.
    A leer el libro.          
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J. J. Maldonado, escritor y periodista
       

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